martes, 22 de octubre de 2013

Las fuente de las nereidas de Lola Mora



















Si bien existieron debates sobre el lugar y fecha de nacimiento de Lola Mora, en la actualidad se reconoce que la artista vino al mundo el 17 de noviembre de 1866 en territorio del Obispado de Tucumán, hoy Salta. 
Su familia puede definirse como pudiente, con dinero y propiedades, aunque no de clase alta. Romualdo Mora era comerciante y hacendado y, siendo menor de edad, pidió se le concediera el derecho de manejar los bienes de su padre, inmediatamente después de su muerte: una casa, una pulpería, un pequeño terreno y ganado. El pedido fue satisfecho, y el escrito fue firmado por Nicolás Avellaneda, quien por entonces era Defensor General de Menores del foro tucumano. 
En el documento respectivo, el futuro presidente consignaba que: 
“Es notoria en este pueblo la carencia de ocupaciones útiles a que puede dedicarse un joven para instruirse en el manejo de los intereses que más tarde ha de tener que administrar; y la falta completa de escuelas que le puedan proporcionar una educación capaz de mejorar sus aptitudes con que debe entrar a la vida de la sociedad”.
A partir de la base que le proporcionaron los bienes sucesorios de su padre, Romualdo Mora entraría más adelante al negocio agrícola y su patrimonio crecería con la compra de numerosas propiedades en los alrededores. No obstante la posición económica que fue conquistando, la familia Mora no ocupaba un lugar privilegiado en la cerrada elite tucumana y eso se debió tal vez a que Regina Vega de Mora, madre de la artista y cuatro años mayor que su esposo, tenía un hijo natural del que se sabe poco y nada. 
Tampoco se sabe mucho de esta mujer con la que se casó posiblemente en 1859, ni de sus antecedentes familiares; su apellido no era tucumano, sino riojano o catamarqueño. Una vez casada con Romualdo Mora, dio a luz a siete hijos: tres varones y cuatro niñas. Dolores fue la tercera en nacer.
Los Mora quisieron que sus hijas mayores recibieran la mejor educación posible, algo a lo que no podían acceder en la rural Trancas. Por ese motivo matriculan sucesivamente a sus hijas en el Colegio Sarmiento de Tucumán, en carácter de medio pupilas, hasta que decidieron mudarse a la ciudad. En agosto de 1874, a los 7 años de edad, Dolores comenzó sus estudios en el colegio, obteniendo más de una vez las mejores notas de su clase en todas las asignaturas.
La familia ocupó una gran casa de diez habitaciones en la céntrica calle Belgrano al 72-74 que, entre sus comodidades y gustos, incluía un fino mobiliario, elegante platería, una sorprendente colección de joyas pertenecientes a Regina Vega y un piano Pleyel que Lola sabía tocar.
La vida transcurrió tranquila y con buen pasar para los Mora hasta la inesperada muerte de los padres. Romualdo, de 48 años, muere el 14 de septiembre de 1885 a causa de una neumonía; dos días más tarde fallece Regina de un “hipertrófico de corazón”, tal como figura en su acta de defunción. Pero los hermanos no quedaron a la deriva. Paula Mora, que por entonces tenía 25 años, contrajo matrimonio dos semanas después de la muerte de sus padres con el ingeniero Guillermo Rücker, quien en un principio se hizo cargo de los huérfanos.

Falcucci, el primer maestro

En 1887 llega a radicarse en Tucumán el pintor italiano Santiago Falcucci (1856-1922), quien fue profesor del Colegio Nacional, de la Escuela Normal y más adelante, de la Academia Provincial de Bellas Artes. De acuerdo a un artículo que el maestro publicó en la Revista de Letras y Ciencias Sociales en 1904, y que es la única fuente que reseña los primeros pasos sistemáticos de Lola Mora en el arte, la joven le pidió lecciones y comenzó a tomar clases particulares con él a poco de su llegada a la provincia. Así, cuenta el pintor, comenzaría un trabajo disciplinado, abocado al dibujo y a la técnica del retrato, con inspiración en las escuelas neoclasicista y romántica italianas, de las que Lola Mora no se apartaría en toda su producción.

Los trabajos iniciales

Su primer trabajo fue un retrato del entonces gobernador de Salta, Delfín Leguizamón, que Lola Mora quiso realizar para lograr que éste ayudara a su familia en cierto pleito que tenía en esa provincia. Lola realizó la obra al carbón, y trabajó con empeño y prolijidad. De acuerdo a Falcucci "era la copia de una fotografía, pero tenía todo de propio, de individual en la factura. Lola Mora principiaba a revelarse".
En 1892 participa de una “Exposición en Miniatura” en una kermesse organizada por la Sociedad de Beneficencia de Tucumán con motivo del IV Centenario del Descubrimiento de América.
Su primer éxito fue la ambiciosa obra que presentó en una exposición en 1894, con motivo del aniversario del 9 de julio. Consistía en una colección de 20 retratos de los gobernadores tucumanos desde 1853, realizados en carbonilla. La exposición tuvo lugar en la Escuela Normal de Maestras y recogió numerosos elogios, entre ellos del diario tucumano El Orden, que publicó: 
“Es la obra quizás de más aliento de cuantas se han llevado a la exposición. (…)Muchos de ellos son algo más que un retrato, son verdaderas cabezas de estudio, de franca y valiente ejecución…”.
La Cámara de Diputados dispuso recompensar el trabajo de Lola Mora con 5.000 pesos, lo que fue promulgado como ley por el gobernador interino Agustín S. Sal.
En julio de 1895, Mora viajó a Buenos Aires en busca de obtener una beca de la Sociedad Estímulo de Bellas Artes para continuar sus estudios en Europa. Un decreto firmado por el presidente José Evaristo Uriburu el 3 de octubre del año 1896 acordó a “Dolores C. Mora, durante dos años, la subvención mensual de cien pesos oro ($ oro 100), para que perfeccione sus estudios de pintura en Europa”.

Los maestros

Una vez instalada en Roma, en 1897, Lola logró ser aceptada como discípula del afamado pintor Francesco Paolo Michetti. Acompañó su aprendizaje pictórico con un curso de modelado en creta dictado por otro amigo del pintor, el escultor Constantino Barbella.
A través de Michetti conoció al gran escultor Giulio Monteverde, quien era considerado por muchos como “el nuevo Miguel Angel”, y le  propuso ser su alumna. En pocos meses sus progresos fueron tales que el maestro le recomendó dejar la pintura para dedicarse exclusivamente al arte escultórico, consejo que la artista siguió sin dudar.

Las primeras esculturas

Ettore Mosca, por entonces corresponsal del diario La Nación en Italia, visitó el taller de Lola Mora en 1899 y dio cuenta de sus trabajos escultóricos iniciales. Le llamaron la atención dos bustos en yeso de los presidentes Roca y Pellegrini así como un esbozo de altorrelieve de 4,50 metros de ancho por 4 metros de altura que Lola había esbozado, y que representaba el primer Congreso argentino en Tucumán.
El cronista también aludió a un autorretrato que había ganado una medalla de oro en una exposición de París. Es probable que dicha efigie sea la que hoy se encuentra en Tucumán bajo la propiedad de Angelina de Soldati de Páez de la Torre. La obra se trata de un bloque de mármol de Carrara, del que surge el perfil reclinado de Lola Mora con una cabellera ondulada que cae sobre sus hombros. Se trata de una de las piezas más interesantes y menos conocidas de su carrera.

Trabajos para la Argentina

En 1900 Lola regresó a su país luego de tres años de ausencia y aprovechó la oportunidad para negociar los primeros proyectos que ofrecería a la nación. Uno de ellos era una estatua de Juan Bautista Alberdi, a pedido del gobierno tucumano. El otro era la Fuente de las Nereidas, bocetada en arcilla, que Mora ofreció a la Intendencia Municipal de Buenos Aires para ser emplazada en la Plaza de Mayo.
En Buenos Aires, Lola Mora también se entrevistó con el ingeniero Francisco Schmidt, responsable de la parte técnica del futuro Monumento al 20 de Febrero en Salta. Ella se comprometió a modelar los proyectos y a dirigir la fundición de relieves y estatuas sin cobrar dinero por ello, salvo el necesario para cubrir los costos operativos.
De visita en Tucumán, firmó las condiciones del Monumento a Alberdi el 6 de octubre.  El monumento se realizaría en mármol de Carrara de primera clase y tendría una altura aproximada de 3 metros. Además, descasaría sobre un pedestal que llevaría bajorrelieves, alegorías e inscripciones. 



La Fuente de las Nereidas

Lola llegó desde Roma a Buenos Aires con todas las partes de su obra magna embaladas, a fines de agosto de 1902. El monumento, pensado para ser emplazado en Plaza de Mayo fue finalmente levantado en Paseo de Julio y Cangallo, hoy Alem y Perón, debido a la controversia sobre la presencia de torsos masculinos y femeninos desnudos en cercanías de la catedral.
La artista erigió una cerca de madera dentro de la cual comenzó el armado de la ya muy famosa fuente en compañía de varios ayudantes. La prensa estuvo pendiente de las obras y le dedicó gran espacio a la visita de Bartolomé Mitre al improvisado taller. 
La Fuente de las Nereidas fue inaugurada el jueves 21 de mayo de 1903, a las cuatro de la tarde y una multitud se agolpó para el descubrimiento de la obra que había generado tantos comentarios. Entre los presentes se encontraban el Intendente Municipal, doctor Alberto Casares y el ministro del interior, Joaquín V. González, así como el pintor Ernesto de la Cárcova y el arquitecto francés Carlos Thays. 
El grupo escultórico representa el momento del nacimiento de Venus o Afrodita, “la mujer nacida de las aguas”, posada grácilmente sobre una concha marina que sostienen dos Nereidas, cuyo carácter fantástico está dado por las nítidas escamas que pueblan sus muslos y que, terminados en colas, se enroscan sobre un rústico pedestal rocoso. El motivo de la concha se duplica en la base que contiene a tritones-jinetes y los caballos, tensionados en pos de la diosa. 
La escultura fascinó en su tiempo y fascina hoy por la intensidad de las figuras, por la osada combinación de texturas y por sus magníficas terminaciones. La escultora hizo posar por lo menos a tres hombres para modelar las figuras masculinas, entr ellos a Agesilao Greco De Chiaramonte, famoso esgrimista italiano. 

Galardones y  nuevos trabajos

En enero de 1903, Mora dio a conocer que había triunfado en un certamen de carácter internacional. La obra sería sido un monumento en honor de la reina Victoria de Gran Bretaña y estaría emplazada en la ciudad australiana de Melbourne. Pero ante el requerimiento de que el ganador contara con ciudadanía inglesa, Lola Mora habría desistido del mismo y su autor terminó siendo el escultor James White. Un año más tarde la artista habría ganaría el concurso para erigir un monumento al Zar Alejandro I en San Petersburgo, pero no recibió el encargo por similares motivos.
Durante su estadía en Argentina también se formalizó la compra del busto del presidente Roca que Lola tenía en su taller de Via Dogali y, además, se le encomendó la realización de la estatua de Aristóbulo del Valle. Ya en Tucumán, se dedicó a gestionar los detalles de la estatua de Alberdi y a recibir un encargo que se transformaría en la estatua de La Libertad.  
A todas estas obras en proceso debe sumarse el pedido de un relieve representativo del Congreso de 1816, que le fuera encargado por el gobierno nacional y que sería colocado en la Casa Histórica con motivo de su completa remodelación.  
Por si todo esto fuera poco, por esos mismos días recibió un nuevo pedido oficial: cuatro estatuas para decorar la escalinata principal del futuro Congreso de la Nación, representando a los primeros presidentes del Congreso Argentino, Alvear, Laprida, Fragueiro y Zubiría.

La Libertad, el relieve para la Casa de Tucumán y el monumento a Alberdi

Lola Mora retornó al país en mayo de 1904 y trajo consigo la Alegoría de la Independencia (conocida como La Libertad),  el monumento a Juan Bautista Alberdi, las cuatro figuras para el Congreso Nacional y el busto del presidente Roca. Este último fue colocado en Casa de Gobierno el día 14 de junio, luego de unas sesiones de la artista con el presidente mismo, para ultimar los detalles de la obra. 
Pocos días después, se dirigió a Tucumán para concretar la instalación de los dos monumentos que arribaron junto con ella desde Italia, mientras que aguardaba ansiosa la llegada de los bajorrelieves para la Casa de Histórica de Tucumán, que quedaron en Roma listos para ser fundidos y recién arribaron a la estación ferroviaria de la capital provincial el día 18 de julio.
Numerosos fueron los inconvenientes que la escultora debió sortear para la puesta de sus obras en tiempo y forma. Tal vez el más importante fue la relocalización de La Libertad, ya que su emplazamiento original taparía el templete de la Casa de Tucumán, desluciéndolo y desluciéndose. Tras tratativas con el gobierno nacional, un decreto modificó su ubicación al centro de la plaza Independencia, ubicada frente al Cabildo. Dicho cambio, obligó a retirar la efigie de Manuel Belgrano que, años después fue trasladada a la Plaza Belgrano.
Luego se generó un debate acerca de la orientación que debía tener dicha alegoría. Para algunos, incluyendo a Bartolomé Mitre, debía mirar al Naciente, en tanto la escultora opinaba que debería mirar hacia el Poniente, ya que: “La Libertad, cual astro de la moral y la civilización de los pueblos, debe nacer con el sol; y como el que nace, jamás lleva los ojos hacia atrás, mira por tanto al infinito”. Finalmente, Lola impuso su opinión.
El 24 de septiembre fue el día elegido para la inauguración de ambas obras. En esa fecha se celebraba el día de la Virgen de las Mercedes y la Batalla del Campo de las Carreras de 1812, por lo que toda la ciudad participaba de los festejos.
Por la mañana, se descubrieron los enormes bajorrelieves que representaban a la Primera Junta de Gobierno y la Declaración de la Independencia. Por la tarde, la comitiva se dirigió a la plaza Independencia para dejar inaugurada la estatua de La Libertad. En ambos casos, las obras recibieron una emocionada aprobación por parte de la concurrencia.
Finalmente, al día siguiente se presentó el Monumento a Juan Bautista Alberdi, que fue descubierto por el gobernador Lucas Córdoba.

Las obras para el Congreso y el Monumento a Aristóbulo del Valle

Durante todo 1905 Lola Mora trabajó afanosamente para entregar las obras destinadas al Congreso de la Nación y el Monumento en honor a Aristóbulo del Valle. Además de las estatuas a Alvear, Laprida, Fragueiro y Zubiría, dedicaba su tiempo a dos grandes grupos alegóricos que serían emplazados en la fachada principal del futuro Congreso, sobre la calle Entre Ríos.
Uno de los grupos planificados para la fachada del Congreso estaba integrado por una gran estatua de La Libertad representada por una mujer de pié, con el torso desnudo, asiendo firmemente la bandera argentina; la otra pieza de ese grupo representaba al Comercio en la figura de un Mercurio en movimiento, levemente cubierto por una tela; dos leones que presidían la Libertad completaban el conjunto. El segundo grupo estaba compuesto por tres figuras: dos femeninas que representaban La Justicia y La Paz, y una masculina que representaba el Trabajo.
La reina Elena de Italia, que visitó a la artista en 1906, quedó admirada por la representación del Comercio y elogió las otras obras destinadas al parlamento argentino.
Mora regresó al país en julio de 1906 con las estatuas casi completas y se abocó de lleno a culminar su labor, para lo cual le fue asignado un sector del Congreso como taller y vivienda.
El Monumento a Aristóbulo del Valle, cuya inauguración estaba prevista para el 16 de diciembre en Palermo, frente al lago, se vio suspendida luego del debate público sobre su factura. Mientras se sucedían las deliberaciones al respecto, la estatua fue objeto de un atentado que cercenó su brazo, por lo que fue retirada y en el lugar sólo quedaron su pedestal y una figura que lo acompañaba.
En el tiempo que dedicó a completar sus obras en el Congreso, Lola tuvo la oportunidad de cincelar un tintero de bronce para el Senado, que actualmente se encuentra en el Museo de la Casa Rosada. Del mismo modo, diseño el modelo para la cuadriga que corona la cúpula del edificio, obra que ejecutara finalmente el escultor belga Víctor de Pol.
Las alegorías de la fachada del Congreso y las estatuas destinadas al Salón de los Pasos Perdidos fueron emplazadas en algún momento de 1907, pero sin evento de inauguración de por medio, razón por la cual no existen testimonios al respecto.

Trabajo y matrimonio

El período 1908-1909 fue muy importante para la vida de Lola Mora. A una serie de importantes encargos de trabajo se sumó su matrimonio con Hernández Otero.
En el transcurso de 1908, un busto de Luis Sáenz Peña de su autoría fue instalado en la Galería de Presidentes de la Casa Rosada, lugar que sigue ocupando hasta la fecha. A la vez, la escultora recibió la adjudicación del Monumento a Nicolás Avellaneda.
El 27 de mayo de 1909 firmó el contrato para la ejecución del Monumento a la Bandera, en la ciudad de Rosario. La obra debía ser ejecutada en el plazo de dos años y debía estar instalada antes del 9 de julio de 1911. Lamentablemente, distintas circunstancias conspiraron para la conclusión feliz del proyecto y las estatuas traídas desde Italia recién recibieron su ubicación definitiva en la estructura hidrodinámica del Pasaje Juramento, durante los años noventa.
Menos de un mes después, el 22 de junio, Lola Mora contrajo casamiento con Luis Hernández Otero, empleado del Congreso, hijo de un ex gobernador de Entre Ríos y, a la sazón, veinte años menos que ella. La ceremonia religiosa se realizó el día siguiente en la Basílica del Socorro y la pareja partió rápidamente hacia Roma.
Tanto 1910 como los dos años siguientes resultaron complicados en materia laboral para Lola Mora, ya que sufrió numerosos inconvenientes para terminar las distintas obras que se le habían encargado, especialmente el Monumento a Avellaneda y el Monumento a la Bandera.

Lola Mora en sus Ultimos Años

A ello le debió sumar un juicio contra uno de sus proveedores por incumplimiento del plazo de entrega de una de sus esculturas. Finalmente, y ante la falta de pago por parte de sus contratistas, debió hipotecar su estudio de Via Dogali.

Entre todos estos problemas, la artista volvió a tener momentos de felicidad y reconocimiento con la inauguración del Monumento a Avellaneda. Dicha obra fue inaugurada el 8 de junio de 1913 en una ceremonia presidida por el presidente Roque Sáenz Peña, su vicepresidente Victorino de la Plaza y Julio A. Roca, entre otras destacadas figuras. Aunque ésta sería su última aparición pública de relevancia.

En este sentido, las circunstancias políticas imperantes no favorecieron a la artista. Con la inminente desaparición del orden conservador, los miembros opositores del Congreso demandaron que se retiraran las alegorías y las estatuas que Lola Mora había confeccionado para la fachada y el interior del edificio, lo que consiguieron el año siguiente (1915).  El destino de estas obras fue diverso y en la actualidad se encuentran distribuidas en cinco provincias argentinas.

En el plano personal, hacia 1917 se separó de su marido Luis Hernández Otero, aunque usó la firma "Lola Mora de Hernández" por el resto de su vida. El año siguiente la Municipalidad de Buenos Aires decidió el traslado de La Fuente de las Nereidas al Balneario Sur, lugar que constituiría su emplazamiento final.

Emprendimientos fallidos

Hacia 1920 y alejada de la escultura, Lola Mora decidió experimentar con la tecnología del arte del momento: la cinematografía. A tal efecto, habría comprado al inventor italiano Domingo Ruggiano el sistema de “cinematografía a la luz” para intentar su perfeccionamiento y comercialización. El objetivo del dispositivo era hacer posible la proyección de películas a plena luz del día. Pero el experimento no pasó del ensayo y la iniciativa no fue tomada por las compañías cinematográficas.

En otro orden, el Monumento a la Bandera, su último gran proyecto pendiente, fue rescindido mediante un decreto del presidente radical Marcelo T. de Alvear en 1925, con lo que culminó su etapa de escultora de grandes obras públicas. Ese mismo año decidió embarcarse en otra aventura, la extracción de combustible por destilación de rocas, conocidas como “esquistos bituminosos”.  Para ello se encaminó a las montañas de Salta donde, a partir de 1927 solicitó junto con sus socios Víctor Aráoz y Juan Arrán el cateo de minerales sobre distintas extensiones de la provincia. La artista dedicó varios años y todos sus recursos a este emprendimiento, que resultó totalmente infructuoso y la dejó en una situación económica muy deteriorada. 

Concluida esta etapa, Lola Mora retornó a Buenos Aires entre 1932 y 1933.Anecdóticamente, la última obra de Mora se encuentra muy cerca de la tierra que la vio nacer. Se trata de una lápida que realizó en piedra rústica con un sobrerrelieve destinado a la bóveda de Facundo Victoriano Zelarrayán, en el cementerio de la localidad del Tala.

Últimos días

Desde su retorno a Buenos Aires, Dolores Mora vivió junto a sus sobrinas, las hijas de su desaparecida hermana Paula. Su salud se había visto muy resentida: caminaba con dificultad, divagaba y perdía la memoria con frecuencia. Infructuosamente, distintas iniciativas trataron de paliar su situación física y económica. 

En 1933 la Sociedad Sarmiento de Tucumán realizó una exposición a benefició y le entregó lo recaudado a través de la sucursal del diario La Gaceta en Buenos Aires. Dos años después el Congreso aprobó una pensión de 200 pesos mensuales para ayudar a aliviar su situación.
El 17 de agosto Lola Mora sufrió un ataque cerebral que la dejó postrada y sin posibilidad de abandonar el lecho, situación que se mantendría casi por un año, hasta el 7 de junio de 1936 a las 13:30, aproximadamente, día en el que falleció. Al día siguiente, sus restos fueron depositados en el cementerio del Oeste, la Chacarita, junto con los de sus hermanas. 

En 1977 sus cenizas fueron llevadas para reposar definitivamente en la Casa de la Cultura de Tucumán. 

Fuentes bibliográficas
Lola Mora. La pasión de la forma. 1ª ed. Buenos Aires. Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara. Buenos Aires, Argentina. 2006.
Lola Mora. Una Biografía. Carlos Páez de la Torre (h) y Celia Terán. Planeta. 1997.
http://www.lolamorawine.com.ar/