Si bien existieron debates sobre el lugar y fecha de nacimiento
de Lola Mora, en la actualidad se reconoce que la artista vino al mundo el 17
de noviembre de 1866 en territorio del Obispado de Tucumán, hoy Salta.
Su familia puede definirse como pudiente, con dinero y
propiedades, aunque no de clase alta. Romualdo Mora era comerciante y hacendado
y, siendo menor de edad, pidió se le concediera el derecho de manejar los
bienes de su padre, inmediatamente después de su muerte: una casa, una
pulpería, un pequeño terreno y ganado. El pedido fue satisfecho, y el escrito
fue firmado por Nicolás Avellaneda, quien por entonces era Defensor General de
Menores del foro tucumano.
En el documento respectivo, el futuro presidente consignaba
que:
“Es notoria en este pueblo la carencia de ocupaciones útiles a
que puede dedicarse un joven para instruirse en el manejo de los intereses que
más tarde ha de tener que administrar; y la falta completa de escuelas que le
puedan proporcionar una educación capaz de mejorar sus aptitudes con que debe
entrar a la vida de la sociedad”.
A partir de la base que le proporcionaron los bienes sucesorios
de su padre, Romualdo Mora entraría más adelante al negocio agrícola y su
patrimonio crecería con la compra de numerosas propiedades en los alrededores.
No obstante la posición económica que fue conquistando, la familia Mora no
ocupaba un lugar privilegiado en la cerrada elite tucumana y eso se debió tal
vez a que Regina Vega de Mora, madre de la artista y cuatro años mayor que su
esposo, tenía un hijo natural del que se sabe poco y nada.
Tampoco se sabe mucho de esta mujer con la que se casó
posiblemente en 1859, ni de sus antecedentes familiares; su apellido no era
tucumano, sino riojano o catamarqueño. Una vez casada con Romualdo Mora, dio a
luz a siete hijos: tres varones y cuatro niñas. Dolores fue la tercera en
nacer.
Los Mora quisieron que sus hijas mayores recibieran la mejor
educación posible, algo a lo que no podían acceder en la rural Trancas. Por ese
motivo matriculan sucesivamente a sus hijas en el Colegio Sarmiento de Tucumán,
en carácter de medio pupilas, hasta que decidieron mudarse a la ciudad. En
agosto de 1874, a los 7 años de edad, Dolores comenzó sus estudios en el
colegio, obteniendo más de una vez las mejores notas de su clase en todas las
asignaturas.
La familia ocupó una gran casa de diez habitaciones en la
céntrica calle Belgrano al 72-74 que, entre sus comodidades y gustos, incluía
un fino mobiliario, elegante platería, una sorprendente colección de joyas
pertenecientes a Regina Vega y un piano Pleyel que Lola sabía tocar.
La vida transcurrió tranquila y con buen pasar para los Mora
hasta la inesperada muerte de los padres. Romualdo, de 48 años, muere el 14 de
septiembre de 1885 a causa de una neumonía; dos días más tarde fallece Regina
de un “hipertrófico de corazón”, tal como figura en su acta de defunción. Pero
los hermanos no quedaron a la deriva. Paula Mora, que por entonces tenía 25
años, contrajo matrimonio dos semanas después de la muerte de sus padres con el
ingeniero Guillermo Rücker, quien en un principio se hizo cargo de los
huérfanos.
Falcucci, el primer maestro
En 1887 llega a radicarse en Tucumán el pintor italiano Santiago
Falcucci (1856-1922), quien fue profesor del Colegio Nacional, de la Escuela
Normal y más adelante, de la Academia Provincial de Bellas Artes. De acuerdo a
un artículo que el maestro publicó en la Revista de Letras y Ciencias Sociales
en 1904, y que es la única fuente que reseña los primeros pasos sistemáticos de
Lola Mora en el arte, la joven le pidió lecciones y comenzó a tomar clases particulares
con él a poco de su llegada a la provincia. Así, cuenta el pintor, comenzaría
un trabajo disciplinado, abocado al dibujo y a la técnica del retrato, con
inspiración en las escuelas neoclasicista y romántica italianas, de las que
Lola Mora no se apartaría en toda su producción.
Los trabajos iniciales
Su primer trabajo fue un retrato del entonces gobernador de
Salta, Delfín Leguizamón, que Lola Mora quiso realizar para lograr que éste
ayudara a su familia en cierto pleito que tenía en esa provincia. Lola realizó
la obra al carbón, y trabajó con empeño y prolijidad. De acuerdo a Falcucci
"era la copia de una fotografía, pero tenía todo de propio, de individual
en la factura. Lola Mora principiaba a revelarse".
En 1892 participa de una “Exposición en Miniatura” en una
kermesse organizada por la Sociedad de Beneficencia de Tucumán con motivo del
IV Centenario del Descubrimiento de América.
Su primer éxito fue la ambiciosa obra que presentó en una
exposición en 1894, con motivo del aniversario del 9 de julio. Consistía en una
colección de 20 retratos de los gobernadores tucumanos desde 1853, realizados
en carbonilla. La exposición tuvo lugar en la Escuela Normal de Maestras y
recogió numerosos elogios, entre ellos del diario tucumano El Orden, que publicó:
“Es la obra quizás de más aliento de cuantas se han llevado a la
exposición. (…)Muchos de ellos son algo más que un retrato, son verdaderas
cabezas de estudio, de franca y valiente ejecución…”.
La Cámara de Diputados dispuso recompensar el trabajo de Lola
Mora con 5.000 pesos, lo que fue promulgado como ley por el gobernador interino
Agustín S. Sal.
En julio de 1895, Mora viajó a Buenos Aires en busca de obtener
una beca de la Sociedad Estímulo de Bellas Artes para continuar sus estudios en
Europa. Un decreto firmado por el presidente José Evaristo Uriburu el 3 de
octubre del año 1896 acordó a “Dolores C. Mora, durante dos años, la subvención
mensual de cien pesos oro ($ oro 100), para que perfeccione sus estudios de
pintura en Europa”.
Los maestros
Una vez instalada en Roma, en 1897, Lola logró ser aceptada como
discípula del afamado pintor Francesco Paolo Michetti. Acompañó su aprendizaje
pictórico con un curso de modelado en creta dictado por otro amigo del pintor,
el escultor Constantino Barbella.
A través de Michetti conoció al gran escultor Giulio Monteverde,
quien era considerado por muchos como “el nuevo Miguel Angel”, y le
propuso ser su alumna. En pocos meses sus progresos fueron tales que el
maestro le recomendó dejar la pintura para dedicarse exclusivamente al arte
escultórico, consejo que la artista siguió sin dudar.
Las primeras esculturas
Ettore Mosca, por entonces corresponsal del diario La Nación en
Italia, visitó el taller de Lola Mora en 1899 y dio cuenta de sus trabajos
escultóricos iniciales. Le llamaron la atención dos bustos en yeso de los
presidentes Roca y Pellegrini así como un esbozo de altorrelieve de 4,50 metros
de ancho por 4 metros de altura que Lola había esbozado, y que representaba el
primer Congreso argentino en Tucumán.
El cronista también aludió a un autorretrato que había ganado
una medalla de oro en una exposición de París. Es probable que dicha efigie sea
la que hoy se encuentra en Tucumán bajo la propiedad de Angelina de Soldati de
Páez de la Torre. La obra se trata de un bloque de mármol de Carrara, del que
surge el perfil reclinado de Lola Mora con una cabellera ondulada que cae sobre
sus hombros. Se trata de una de las piezas más interesantes y menos conocidas
de su carrera.
Trabajos para la Argentina
En 1900 Lola regresó a su país luego de tres años de ausencia y
aprovechó la oportunidad para negociar los primeros proyectos que ofrecería a
la nación. Uno de ellos era una estatua de Juan Bautista Alberdi, a pedido del
gobierno tucumano. El otro era la Fuente de las Nereidas, bocetada en arcilla,
que Mora ofreció a la Intendencia Municipal de Buenos Aires para ser emplazada
en la Plaza de Mayo.
En Buenos Aires, Lola Mora también se entrevistó con el
ingeniero Francisco Schmidt, responsable de la parte técnica del futuro
Monumento al 20 de Febrero en Salta. Ella se comprometió a modelar los
proyectos y a dirigir la fundición de relieves y estatuas sin cobrar dinero por
ello, salvo el necesario para cubrir los costos operativos.
De visita en Tucumán, firmó las condiciones del Monumento a
Alberdi el 6 de octubre. El monumento se realizaría en mármol de Carrara
de primera clase y tendría una altura aproximada de 3 metros. Además,
descasaría sobre un pedestal que llevaría bajorrelieves, alegorías e inscripciones.
La Fuente de las Nereidas
Lola llegó desde Roma a Buenos Aires con todas las partes de su
obra magna embaladas, a fines de agosto de 1902. El monumento, pensado para ser
emplazado en Plaza de Mayo fue finalmente levantado en Paseo de Julio y Cangallo,
hoy Alem y Perón, debido a la controversia sobre la presencia de torsos
masculinos y femeninos desnudos en cercanías de la catedral.
La artista erigió una cerca de madera dentro de la cual comenzó
el armado de la ya muy famosa fuente en compañía de varios ayudantes. La prensa
estuvo pendiente de las obras y le dedicó gran espacio a la visita de Bartolomé
Mitre al improvisado taller.
La Fuente de las Nereidas fue inaugurada el jueves 21 de mayo de
1903, a las cuatro de la tarde y una multitud se agolpó para el descubrimiento
de la obra que había generado tantos comentarios. Entre los presentes se
encontraban el Intendente Municipal, doctor Alberto Casares y el ministro del
interior, Joaquín V. González, así como el pintor Ernesto de la Cárcova y el
arquitecto francés Carlos Thays.
El grupo escultórico representa el momento del nacimiento de
Venus o Afrodita, “la mujer nacida de las aguas”, posada grácilmente sobre una
concha marina que sostienen dos Nereidas, cuyo carácter fantástico está dado
por las nítidas escamas que pueblan sus muslos y que, terminados en colas, se
enroscan sobre un rústico pedestal rocoso. El motivo de la concha se duplica en
la base que contiene a tritones-jinetes y los caballos, tensionados en pos de
la diosa.
La escultura fascinó en su tiempo y fascina hoy por la
intensidad de las figuras, por la osada combinación de texturas y por sus
magníficas terminaciones. La escultora hizo posar por lo menos a tres hombres
para modelar las figuras masculinas, entr ellos a Agesilao Greco De Chiaramonte,
famoso esgrimista italiano.
Galardones y nuevos trabajos
En enero de 1903, Mora dio a conocer que había triunfado en un
certamen de carácter internacional. La obra sería sido un monumento en honor de
la reina Victoria de Gran Bretaña y estaría emplazada en la ciudad australiana
de Melbourne. Pero ante el requerimiento de que el ganador contara con
ciudadanía inglesa, Lola Mora habría desistido del mismo y su autor terminó
siendo el escultor James White. Un año más tarde la artista habría ganaría el
concurso para erigir un monumento al Zar Alejandro I en San Petersburgo, pero
no recibió el encargo por similares motivos.
Durante su estadía en Argentina también se formalizó la compra
del busto del presidente Roca que Lola tenía en su taller de Via Dogali y,
además, se le encomendó la realización de la estatua de Aristóbulo del Valle.
Ya en Tucumán, se dedicó a gestionar los detalles de la estatua de Alberdi y a
recibir un encargo que se transformaría en la estatua de La Libertad.
A todas estas obras en proceso debe sumarse el pedido de un
relieve representativo del Congreso de 1816, que le fuera encargado por el
gobierno nacional y que sería colocado en la Casa Histórica con motivo de su
completa remodelación.
Por si todo esto fuera poco, por esos mismos días recibió un
nuevo pedido oficial: cuatro estatuas para decorar la escalinata principal del
futuro Congreso de la Nación, representando a los primeros presidentes del
Congreso Argentino, Alvear, Laprida, Fragueiro y Zubiría.
La Libertad, el relieve para la Casa de Tucumán y el monumento a
Alberdi
Lola Mora retornó al país en mayo de 1904 y trajo consigo la
Alegoría de la Independencia (conocida como La Libertad), el monumento a
Juan Bautista Alberdi, las cuatro figuras para el Congreso Nacional y el busto
del presidente Roca. Este último fue colocado en Casa de Gobierno el día 14 de
junio, luego de unas sesiones de la artista con el presidente mismo, para
ultimar los detalles de la obra.
Pocos días después, se dirigió a Tucumán para concretar la
instalación de los dos monumentos que arribaron junto con ella desde Italia,
mientras que aguardaba ansiosa la llegada de los bajorrelieves para la Casa de
Histórica de Tucumán, que quedaron en Roma listos para ser fundidos y recién
arribaron a la estación ferroviaria de la capital provincial el día 18 de
julio.
Numerosos fueron los inconvenientes que la escultora debió
sortear para la puesta de sus obras en tiempo y forma. Tal vez el más
importante fue la relocalización de La Libertad, ya que su emplazamiento
original taparía el templete de la Casa de Tucumán, desluciéndolo y
desluciéndose. Tras tratativas con el gobierno nacional, un decreto modificó su
ubicación al centro de la plaza Independencia, ubicada frente al Cabildo. Dicho
cambio, obligó a retirar la efigie de Manuel Belgrano que, años después fue
trasladada a la Plaza Belgrano.
Luego se generó un debate acerca de la orientación que debía
tener dicha alegoría. Para algunos, incluyendo a Bartolomé Mitre, debía mirar
al Naciente, en tanto la escultora opinaba que debería mirar hacia el Poniente,
ya que: “La Libertad, cual astro de la moral y la civilización de los pueblos,
debe nacer con el sol; y como el que nace, jamás lleva los ojos hacia atrás,
mira por tanto al infinito”. Finalmente, Lola impuso su opinión.
El 24 de septiembre fue el día elegido para la inauguración de
ambas obras. En esa fecha se celebraba el día de la Virgen de las Mercedes y la
Batalla del Campo de las Carreras de 1812, por lo que toda la ciudad
participaba de los festejos.
Por la mañana, se descubrieron los enormes bajorrelieves que
representaban a la Primera Junta de Gobierno y la Declaración de la
Independencia. Por la tarde, la comitiva se dirigió a la plaza Independencia
para dejar inaugurada la estatua de La Libertad. En ambos casos, las obras
recibieron una emocionada aprobación por parte de la concurrencia.
Finalmente, al día siguiente se presentó el Monumento a Juan
Bautista Alberdi, que fue descubierto por el gobernador Lucas Córdoba.
Las obras para el Congreso y el Monumento a Aristóbulo del Valle
Durante todo 1905 Lola Mora trabajó afanosamente para entregar
las obras destinadas al Congreso de la Nación y el Monumento en honor a
Aristóbulo del Valle. Además de las estatuas a Alvear, Laprida, Fragueiro y
Zubiría, dedicaba su tiempo a dos grandes grupos alegóricos que serían
emplazados en la fachada principal del futuro Congreso, sobre la calle Entre
Ríos.
Uno de los grupos planificados para la fachada del Congreso
estaba integrado por una gran estatua de La Libertad representada por una mujer
de pié, con el torso desnudo, asiendo firmemente la bandera argentina; la otra
pieza de ese grupo representaba al Comercio en la figura de un Mercurio en
movimiento, levemente cubierto por una tela; dos leones que presidían la
Libertad completaban el conjunto. El segundo grupo estaba compuesto por tres
figuras: dos femeninas que representaban La Justicia y La Paz, y una masculina
que representaba el Trabajo.
La reina Elena de Italia, que visitó a la artista en 1906, quedó
admirada por la representación del Comercio y elogió las otras obras destinadas
al parlamento argentino.
Mora regresó al país en julio de 1906 con las estatuas casi
completas y se abocó de lleno a culminar su labor, para lo cual le fue asignado
un sector del Congreso como taller y vivienda.
El Monumento a Aristóbulo del Valle, cuya inauguración estaba
prevista para el 16 de diciembre en Palermo, frente al lago, se vio suspendida
luego del debate público sobre su factura. Mientras se sucedían las
deliberaciones al respecto, la estatua fue objeto de un atentado que cercenó su
brazo, por lo que fue retirada y en el lugar sólo quedaron su pedestal y una
figura que lo acompañaba.
En el tiempo que dedicó a completar sus obras en el Congreso,
Lola tuvo la oportunidad de cincelar un tintero de bronce para el Senado, que
actualmente se encuentra en el Museo de la Casa Rosada. Del mismo modo, diseño
el modelo para la cuadriga que corona la cúpula del edificio, obra que
ejecutara finalmente el escultor belga Víctor de Pol.
Las alegorías de la fachada del Congreso y las estatuas
destinadas al Salón de los Pasos Perdidos fueron emplazadas en algún momento de
1907, pero sin evento de inauguración de por medio, razón por la cual no
existen testimonios al respecto.
Trabajo y matrimonio
El período 1908-1909 fue muy importante para la vida de Lola
Mora. A una serie de importantes encargos de trabajo se sumó su matrimonio con
Hernández Otero.
En el transcurso de 1908, un busto de Luis Sáenz Peña de su
autoría fue instalado en la Galería de Presidentes de la Casa Rosada, lugar que
sigue ocupando hasta la fecha. A la vez, la escultora recibió la adjudicación
del Monumento a Nicolás Avellaneda.
El 27 de mayo de 1909 firmó el contrato para la ejecución del
Monumento a la Bandera, en la ciudad de Rosario. La obra debía ser ejecutada en
el plazo de dos años y debía estar instalada antes del 9 de julio de 1911.
Lamentablemente, distintas circunstancias conspiraron para la conclusión feliz
del proyecto y las estatuas traídas desde Italia recién recibieron su ubicación
definitiva en la estructura hidrodinámica del Pasaje Juramento, durante los
años noventa.
Menos de un mes después, el 22 de junio, Lola Mora contrajo
casamiento con Luis Hernández Otero, empleado del Congreso, hijo de un ex
gobernador de Entre Ríos y, a la sazón, veinte años menos que ella. La
ceremonia religiosa se realizó el día siguiente en la Basílica del Socorro y la
pareja partió rápidamente hacia Roma.
Tanto 1910 como los dos años siguientes resultaron complicados
en materia laboral para Lola Mora, ya que sufrió numerosos inconvenientes para
terminar las distintas obras que se le habían encargado, especialmente el
Monumento a Avellaneda y el Monumento a la Bandera.
Lola Mora en sus Ultimos Años
A ello le debió sumar un juicio contra uno de sus proveedores
por incumplimiento del plazo de entrega de una de sus esculturas. Finalmente, y
ante la falta de pago por parte de sus contratistas, debió hipotecar su estudio
de Via Dogali.
Entre todos estos problemas, la artista volvió a tener momentos
de felicidad y reconocimiento con la inauguración del Monumento a Avellaneda.
Dicha obra fue inaugurada el 8 de junio de 1913 en una ceremonia presidida por
el presidente Roque Sáenz Peña, su vicepresidente Victorino de la Plaza y Julio
A. Roca, entre otras destacadas figuras. Aunque ésta sería su última aparición
pública de relevancia.
En este sentido, las circunstancias políticas imperantes no
favorecieron a la artista. Con la inminente desaparición del orden conservador,
los miembros opositores del Congreso demandaron que se retiraran las alegorías
y las estatuas que Lola Mora había confeccionado para la fachada y el interior
del edificio, lo que consiguieron el año siguiente (1915). El destino de
estas obras fue diverso y en la actualidad se encuentran distribuidas en cinco
provincias argentinas.
En el plano personal, hacia 1917 se separó de su marido Luis
Hernández Otero, aunque usó la firma "Lola Mora de Hernández" por el
resto de su vida. El año siguiente la Municipalidad de Buenos Aires decidió el
traslado de La Fuente de las Nereidas al Balneario Sur, lugar que constituiría
su emplazamiento final.
Emprendimientos fallidos
Hacia 1920 y alejada de la escultura, Lola Mora decidió
experimentar con la tecnología del arte del momento: la cinematografía. A tal
efecto, habría comprado al inventor italiano Domingo Ruggiano el sistema de
“cinematografía a la luz” para intentar su perfeccionamiento y
comercialización. El objetivo del dispositivo era hacer posible la proyección
de películas a plena luz del día. Pero el experimento no pasó del ensayo y la
iniciativa no fue tomada por las compañías cinematográficas.
En otro orden, el Monumento a la Bandera, su último gran
proyecto pendiente, fue rescindido mediante un decreto del presidente radical
Marcelo T. de Alvear en 1925, con lo que culminó su etapa de escultora de
grandes obras públicas. Ese mismo año decidió embarcarse en otra aventura, la
extracción de combustible por destilación de rocas, conocidas como “esquistos
bituminosos”. Para ello se encaminó a las montañas de Salta donde, a
partir de 1927 solicitó junto con sus socios Víctor Aráoz y Juan Arrán el cateo
de minerales sobre distintas extensiones de la provincia. La artista dedicó
varios años y todos sus recursos a este emprendimiento, que resultó totalmente
infructuoso y la dejó en una situación económica muy deteriorada.
Concluida esta etapa, Lola Mora retornó a Buenos Aires entre
1932 y 1933.Anecdóticamente, la última obra de Mora se encuentra muy cerca de
la tierra que la vio nacer. Se trata de una lápida que realizó en piedra
rústica con un sobrerrelieve destinado a la bóveda de Facundo Victoriano
Zelarrayán, en el cementerio de la localidad del Tala.
Últimos días
Desde su retorno a Buenos Aires, Dolores Mora vivió junto a sus
sobrinas, las hijas de su desaparecida hermana Paula. Su salud se había visto
muy resentida: caminaba con dificultad, divagaba y perdía la memoria con
frecuencia. Infructuosamente, distintas iniciativas trataron de paliar su
situación física y económica.
En 1933 la Sociedad Sarmiento de Tucumán realizó una exposición
a benefició y le entregó lo recaudado a través de la sucursal del diario La
Gaceta en Buenos Aires. Dos años después el Congreso aprobó una pensión de 200
pesos mensuales para ayudar a aliviar su situación.
El 17 de agosto Lola Mora sufrió un ataque cerebral que la dejó
postrada y sin posibilidad de abandonar el lecho, situación que se mantendría
casi por un año, hasta el 7 de junio de 1936 a las 13:30, aproximadamente, día
en el que falleció. Al día siguiente, sus restos fueron depositados en el
cementerio del Oeste, la Chacarita, junto con los de sus hermanas.
En 1977 sus cenizas fueron llevadas para reposar definitivamente
en la Casa de la Cultura de Tucumán.
Fuentes bibliográficas
Lola Mora. La pasión de la forma. 1ª ed. Buenos Aires. Aguilar,
Altea, Taurus, Alfaguara. Buenos Aires, Argentina. 2006.
Lola Mora. Una Biografía. Carlos Páez de la Torre (h) y Celia
Terán. Planeta. 1997.
http://www.lolamorawine.com.ar/
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